sábado, 17 de febrero de 2018

Piedras que suenan

Los monumentos cantan.
Al menos así lo percibo yo en muchos casos, que las piedras de muchos monumentos emanan música.

Será por mi dualidad historiador del arte - músico que, al contemplar un lugar, a la historia y al arte se le suma la música que suena en mi cabeza.
La última y más fuerte experiencia que he tenido en este sentido fue en mi reciente viaje a París, durante el puente de la Inmaculada.
Y ocurrió con dos monumentos de épocas y estilos completamente diferentes: la catedral de Notre Dame y la iglesia de La Madeleine.

Para mí fue un descubrimiento el coro de la catedral de París. La imagen típica de su fachada (reconstruída en el siglo XIX, dicho sea de paso) y sus gárgolas son la imagen icónica de este monumento. Los coros suelen ser  las primeras partes que se completan de una catedral (así fue en Notre Dame), ya que es dentro de ellos donde se desarrolla la liturgia de las horas canónicas llevada a cabo por los canónigos. El coro de Notre Dame de París está decorado con unos preciosos relieves en madera policromada sobre la vida de Jesucristo que datan del siglo XIV. Pensar en la intensa actividad musical que se "encerraba" tras estos relieves hizo sonar en mi cabeza la Messe de Nostre Dame de Guillaume de Machaut:



Aunque Machaut compuso esta misa para la catedral de Reims, también se trata de una obra de la misma época que estos relieves que tanto me impresionaron (siglo XIV).

La "hipnótica" versión del Ensemble Organum dirigido por Marcel Pères interpretando el kyrie me transportaba a este mismo coro en la Edad Media durante una función solemne donde música e incienso se elevan hacia las coloridas vidrieras de la catedral.






Cambiamos radicalmente de estilo y época. Entramos en la iglesia de la Magdalena, construida entre 1763 y 1842 en el estilo de un templo clásico. Su impresionante vista desde la Plaza de la Concordia te va preparando desde la lejanía al espectáculo visual que te aguarda tras su columnata.
En esta iglesia se estrenó, en 1888, el archiconocido Requiem de Gabriel Fauré (1845-1924), cuyo Introit et kyrie sonaba constantemente, con el ritmo "caminante" del bajo acompañando el verso Requiem æternam entonado por los tenores: Cliquea aquí y sigue leyendo

En este caso la asociación era obvia, pero es tan necesario conocer el espacio para el que una obra musical fue compuesta, que cuando estas allí todo cobra un mayor sentido e, inevitablemente, se materializa en tu mente.



2 comentarios:

  1. Eres un crack. Don javier orellana. Un abrazo y gracias por compartir tus vivencias que son maravillosas, si todos vieramos el mundo como ves tu la musica seria maravilloso.

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    1. Muchas gracias, don José :-) Seguro que tú también tienes vivencias estupendas en torno al arte y la música. Un abrazo!

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